EL IDIOMA DE LA PERCUSIÓN
Corea del Sur (2012)
De esas anécdotas que suelo repasar para no olvidarme.
En 2012 tuve la oportunidad de viajar a Corea del sur, viaje más que inolvidable.
Ahí tocamos con Alfredo Piro y Carlos Filipo durante un mes en una exposición en Yeosu, una ciudad o más bien aldea de la provincia de Jeolla, al sur del país.
Una mezcla entre campo y ciudad, que según parecía, había explotado con el armado de dicha "expo", por lo que era común de cruzarse con granjas, campesinos y gente de pueblos cercanos, contrastados con un tren bala, un aeropuerto, promotores, artistas, edificios y taxis de todos los colores.
Un día paseando, me encontré con un local de instrumentos de percusión coreana, ahí nomás entré.
No pasaron unos segundos para que me diera cuenta de que no íbamos a entendernos jamás con la señora que atendía, hablaba poco, cerrado, y solamente coreano.
Yo llevaba encima la credencial con mi nombre, nacionalidad y el trabajo que estaba llevando a cabo, que estaba en inglés y en coreano, así que presentarme no fui difícil, lo mismo que contarle lo que estaba haciendo. No hubo muchas palabras, sino más bien deducciones.
Le señale los instrumentos, y ahí empezó lo divertido. Sacó una calculadora y me empezó a escribir los precios en ella, rondaban entre los 60 y 300 dólares.
Le pedí que me muestre como se tocaba, a lo que me invito a sentarme y se puso a tocar un poco uno de los tambores, el JANGGU, un instrumento de doble parche que se toca con una baqueta con una bolita en la punta y otra de bambú.
A todo esto yo me iba imaginando e inventando en mi cabeza la traducción a criollo de lo que iba hablando en coreano, lo cual nunca paró de hacer, ella hablaba todo el tiempo omitiendo que yo no le cazaba ni una, yo solo asentía con la cabeza y decía ajam, ok ok ok ok, está bien, huhum y demás sonidos propios de un neandertal del oeste bonaerense.
Pasado un rato de escuchar y observar, le hice el gesto de que me deje probar, a lo cual soltó una carcajada que no precisó mucha traducción... me dio el instrumento, agarró otro para ella y de un grito lo llamó al marido (en mi imaginación le había gritado: negro! vení a ver a este argentino que quiere tocar el janggu, no te lo pierdas!!
Empezó a soltar un toque, una secuencia bastante larga que implicaba varios movimientos "coreograficos" sobre cómo utilizar las muñecas y como debía ser el ritmo.
De a poco fui entendiendo y logrando copiarla, lo cual la fue sorprendiendo. Luego llegó su marido, se ve que estaba durmiendo porque vino de ojotas y pantalones largos (a esta altura yo lo había bautizado Héctor y para mi le decían Negro o Toto, un hombre de peine en el bolsillo), se quedó mirando y soltó un gesto de aprobación, como diciendo "ah miravó!" .
Pasado un rato más entró una doña, muuuy doña, y se puso a mirar lo que hasta ahí parecía el evento del día.
Al terminar de tocar la secuencia entera, eterna y bastante difícil de recordar, pero que habíamos logrado ensamblar después de casi 40 minutos de idas y vueltas y de empezar desde cero unas 50 veces, todos soltamos un aplauso y nos pusimos muy contentos, yo porque me había salido, y más aún porque había sido sin entender una sola palabra, y ellos, calculo, por ver a alguien interesarse por su trabajo viniendo del otro lado del mundo, que además había entendido un poco de lo que enseñaban con mucha paciencia.
La doña que entró a lo último vio mi credencial y comenzó a hablar muy eufórica con mi nueva profe de janggu.
Resulta que la doña tocaba en un ensamble de Pungmul (así creo que se llama esta música) en la expo donde yo estaba, y yo, recordé en ese momento que había visto un ensamble el día anterior! Así que ahí nomás saqué mi cámara y le mostré los videos, otra vez aplaudimos cuando vimos que la doña aparecía en mis videos!! tomapavó lo que es la sincronicidá!!
Asi que continuamos la tarde, que duro unas 3hs de tocar, me convidaron algunas cosas de comer y tomar y así...
Volví varias veces al local, "charlamos" usando la calculadora para referirnos a los números, un almanaque y un reloj para los días, fechas y horarios, y un cuaderno donde hicimos algunos garabatos para entender las cosas intradujibles.
En estas conversaciones logre contarle donde vivía, mi edad, como estaba compuesta mi familia, cumpleaños, donde trabajaba y demás. Ella me contó que tenía 3 hijes, 2 mujeres y un varón, me habló de sus edades y de lo que hacían, profesiones de las más grandes, también tenía un nieto o nieta.
También acordamos que iba a venir a una presentación a vernos tocar, lo cual ocurrió y fue genial.
Unos días antes de emprender la vuelta (estuvimos un mes allá) pasé a despedirme y llevarle unos cd´s, y tenía la idea de comprarle algún instrumento, así que fui.
Le pedí que me muestre un gong pequeño (kkwaenggwari), rondaba unos 60 dólares, le dije que quería ese, pero que me gustaba el más grande y que si era por mí me llevaba los 2. Agarró la calculadora y escribió 150, y me hizo el gesto de que me daba los 2 por ese monto, mis ojos saltaron para afuera y no me dio para abrazarla, pero tuve la intensión, y ahí noté que no era muy de su costumbre el contacto.
Se fue al cuarto del fondo y trajo una funda donde guardó los 2 gongs.
Ahí estaba yo sentado esperando y sacando la cámara para unas fotos de despedida con la profe, cuando del estante tomó un tambor janggu y me lo mostró, no entiendí que era lo que quería, le quise explicar que no tenía plata pero insistía con el gesto, parecía que me lo iba a tirar encima, entendí que me lo quería regalar! intenté explicarle que no entraba en mi bolso, lo cual sonaba muy estúpido de mi parte, así que ahí nomas y sin darme más bola se puso a desarmarlo.
Yo no entendía mucho más nada, estaba con una sensación de entre agradecimiento y sorpresa, y toda la gama entre medio de eso.
Mientras me explicó como armarlo, afinarlo y como cambiar los parches, sumó al paquete 2 parches de repuesto, 4 baquetas y un cuaderno donde yo iba anotando lo que podía.
Concluyó la tarde, hacia 3hs que estaba ahí, así que corriendo me fui a donde tocábamos porque se me había hecho muy tarde, llegué con todo eso encima y con alta data en pleno proceso mental, a tocar, un día para recordar.
Me gusta recordar este día, esta historia y a estas personas, porque en todo el relato (o mi relato mental) hay información, conversaciones, intercambios claros y sensaciones que nunca precisaron del lenguaje hablado.
Hoy, días en los que tenemos mil medios para comunicarnos pero estamos cada vez más distantes, donde cualquier comentario o conversación se polariza y se saca de contexto, o te ubica en uno u otro discurso, donde parece que cada cual anda por su mundo solo e incomprendido, me gusta recordarme que no necesitamos más que las ganas de comunicarnos para entendernos, estemos donde estemos, por eso me gusta refrescarme cada tanto este recuerdo.
En fin, me gusta también compartirla porque creo que romper la barrera idiomática es uno de los más lindos aprendizajes que dejan los viajes y los intercambios culturales.
Salute